lunes, 28 de marzo de 2011

Ikugrullas por Japón

Debido a la tragedia que ha vivido el pueblo japonés, el ser humano ha mostrado su peor y su mejor faceta. De la peor no hablaré en este post, porque además me pone de muy mala leche. Hablaré de la mejor.

Muchas personas han dado rienda suelta a su creatividad para mandar ánimos, dinero... ; algo que pudiera aportar algo de esperanza. Esto que os voy a presentar es una iniciativa de Ikusuki, cuyo portavoz es un bilbaíno muy majete y con mucho desparpajo, Oskar, que vive en Tokyo y tiene un blog adictivo.

Si compráis esta camiseta tan chula (Ikuorigami), de los 20 euros que cuesta, los 5 euros de beneficio van íntegros a la Cruz Roja de Japón (el resto es el coste de confección de la camiseta).


Mantendré el enlace en la columna vertical de la derecha hasta que se acabe la campaña, para que podáis acceder directamente.
Un abrazo a la gente majeta y llana de buena voluntad, que no hay tantos.

martes, 22 de marzo de 2011

Regalando palabras (Juan José Millás)


Palabras

Si al abrir la boca, en lugar de palabras, nos salieran libélulas, estudiaríamos entomología para conocernos mejor. Pero las palabras son también formas biológicas perfectamente articuladas que segregan ideas como las serpientes veneno o las abejas miel. El entomólogo de las palabras es el lexicógrafo, al que no es raro ver en las esquinas armado de una red con la que atrapa voces que luego ordena, al modo de una colección de insectos, en el interior de un volumen. La diferencia entre el diccionario y las cajas de escarabajos atravesados por un alfiler es que en un buen diccionario de uso las palabras se mantienen vivas. Las hay con cabeza, tórax y abdomen, o con caparazón, artejos, aguijones y labros. Muchas poseen unas formaciones oscuras que al levantarse con el misterio de las faldas dejan ver esa suerte de lencería fina, los élitros, con los que vuelan alrededor de los labios de las mujeres y los hombres antes de diluirse en el aire como el hielo en agua.
Hay palabras que dicen lo contrario de lo que significan y palabras que aun no significando nada consiguen atravesar la barrera de los dientes y aletear como un pájaro ciego durante unos instantes ante nuestros oídos. Algunas viven siglos y otras desaparecen a las 24 horas de ser alumbradas. Muchas sólo nacen para fecundar el lenguaje, por el que son devoradas una vez cumplida su función reproductora. A ciertas voces, después de haber sido encerradas dentro de una definición, se les escapa el significado, como el jugo de una fruta abierta, y cuando vuelves a usarlas no tienen sentido o han adquirido uno nuevo y sorprendente.
Un diccionario, pues, viene a ser un terrario en el que en lugar de ver salamandras o ranas o tritones vemos la palabra salamandra, la palabra rana, la palabra tritón, incluso la palabra palabra, mostrándonos sus hábitos significativos o formales, sus articulaciones, su extracción social, sus intereses. Aguilar acaba de publicar el de Manuel Seco, que constituye hoy por hoy el mejor zoológico de términos vivos conocido. Al recorrerlo, uno se da cuenta de que estamos hechos de palabras, como la Biblia o el Quijote, a cuyo lado, en todas las casas, debería haber un diccionario.

Palabras, palabras

De repente, en medio de una entrevista que discurría por los cauces habituales, sin que nada inquietante surgiera por uno u otro lado, la periodista me preguntó con expresión ingenua:
-A usted le están pidiendo palabras todo el día, ¿verdad?
-¿Qué quiere decir?
-Palabras para artículos, palabras para conferencias, palabras para novelas... ¿No se le acaban nunca las palabras?
-Uso varias veces la misma -respondí para salir del paso, e intercambiamos una sonrisa cómplice.
-Pero en algún momento se le acabarán -insistió ella.
-A veces, sí -concedí-, de ahí la expresión quedarse sin palabras.
-¿Y entonces qué hace?
-Continúo hablando o escribiendo. Tarde o temprano empiezan a salir otra vez.
-¿De dónde?
-Es usted una pesada. Yo no sé de dónde salen las palabras, pero sí sé que tengo más cuanto más las consumo. Funcionan al revés del dinero: si uno las invierte en valores seguros, no dan nada. Hay que gastarlas, incluso malgastarlas, para que su precio suba como la espuma. Hace diez años tenía menos palabras que ahora, a pesar de haberlas derrochado a millones, y dentro de otros diez espero haber multiplicado mi capital por mil.
-¿Y qué hará con ellas?
-Lo mismo que ahora. Darlas en conferencias, en artículos, en libros. Darlas por teléfono. Darlas a grito. Darlas a través del fax y del telégrafo.
-Lo dice usted como si le molestaran. Parece que habla de insectos más que de palabras.
-Es que se reproducen al mismo ritmo. ¿Pero usted por qué no me pregunta lo que todo el mundo?
-Porque estoy llena de palabras y no sé que hacer con ellas.
-Démelas, escribiré con ellas una novela.
Pero no me las dio. Moraleja: sí sabía qué hacer.


lunes, 21 de marzo de 2011

Innisfree

El primer día de carrera (de Filología Inglesa, que cursé un año), nos presentaron este poema y nos retaron a traducirlo.

Me gustó tanto que me lo aprendí de memoria. Muchos años más tarde, en algunos momentos, me sorprendo de nuevo en esa isla escuchando el zumbido de las abejas, el cricri de los grillos y el batir de alas de los gorriones.

I will arise and go now, and go to Innisfree,
And a small cabin build there, of clay and wattles made:
Nine bean-rows will I have there, a hive for the honey-bee;
And live alone in the bee-loud glade.

And I shall have some peace there, for peace comes dropping slow,
Dropping from the veils of the morning to where the cricket sings;
There midnight's all a glimmer, and noon a purple glow,
And evening full of the linnet's wings.

I will arise and go now, for always night and day
I hear lake water lapping with low sounds by the shore;
while I stand on the roadway, or on the pavements grey,
I hear it in the deep heart's core.
                               (William Butler Yeats)
Me levantaré e iré ahora, me dirigiré a Innisfree,
Y una pequeña choza construiré, de arcilla y espinos.
Nueve surcos de judías plantaré, un panal de abejas tendré,
y solitaria viviré arrullada por su zumbido.

Puede que encuentre paz allí, porque la paz gotea lentamente
desde los velos de la mañana hasta donde canta el grillo.
Allí la medianoche es un resplandor, un fulgor violeta el mediodía,
y el atardecer bulle con las alas de los gorriones.

Me levantaré e iré ahora, pues siempre, día y noche,
oigo chapotear dulcemente el agua del lago en la orilla;
mientras me detengo en la carretera, o en el gris pavimento,
lo escucho en lo más profundo de mi corazón.
                                (William Butler Yeats)

viernes, 18 de marzo de 2011

El pueblo japonés

Muchas veces, y más en estas circunstancias, me siento un poco avergonzada de ser española (y catalana, no me confundáis). Recuerdo cuando estuvimos en Escocia, que huía de los grupos de españoles que berreaban y arrasaban por dondequiera que iban.

Ahora, con esto que está pasando en Japón, y aunque he dicho siempre que nunca me iría a vivir a ese país por mil razones, el sentimiento vuelve a renacer, ya que el pueblo japonés nos está dando una lección a todos.
Me dice Jaume que podemos intentar ser japoneses viviendo en Barcelona. Pero es que yo siempre me he identificado más con la forma de ser "japonesa" que con la de aquí, en muchas cosas (aunque en otras no). Y por ese motivo (en parte) siempre me he sentido un bicho raro. El ejemplo del pueblo japonés se da individualmente, pero adquiere su fuerza de forma colectiva, en la convivencia. No basta con que una sola persona sea cívica, tenga principios y responsabilidad. Los frutos surgen cuando esa persona se une con otras, y forma una comunidad.

Además, no es solo por mí. Quiero tener hijos en un futuro muy próximo, y estos niños no van a vivir aislados (ni lo pretendo, por su bien); van a tener que convivir con los otros niños de clase, de la calle, con sus amigos... y es preocupante la imbecilidad y egoísmo que se transmite desde los medios de comunicación y la sociedad en general.
Si tuviera oportunidad no me lo pensaría y me iría a otro país con otro tipo de sociedad, como han hecho muchos amigos que conozco, y como pretenden hacer otros. Por lo que me han contado ellos (y por sentido común), sé que no es nada fácil empezar desde cero en otro lado con otra cultura y otra lengua, donde te miran siempre como a un extraño. Pero me encantaría intentarlo, y de todas formas aquí también me siento siempre fuera de lugar...

En fin; como por diversos motivos no se dan las circunstancias adecuadas, supongo que tendré que arriesgarme a criar a mis hijos aquí.

Un abrazo para el pueblo japonés, y toda mi admiración.


--> http://ikublog.com/%E6%9C%9B%E3%81%BF/

miércoles, 16 de marzo de 2011

Huyendo del sensacionalismo

En varios twitter de españoles viviendo en Japón se desdramatiza un poco el asunto. Aunque hay bastante gente que se ha ido hacia el sur, para huir de tanta preocupación, la peor nube de radioactividad ha pasado ya por Tokyo y se aleja. Además, parece que -de momento- vuelve a estar más o menos controlada la situación en la central, aunque la gente está preocupada porque podría volver a explotar un reactor o algo.

Os dejo varios hilos que sigo y enlaces, miradlos para tranquilizaros y huir del puto amarillismo:



martes, 15 de marzo de 2011

No tengo palabras

Tokyo y Mitaka, agosto de 2009 (Japón)






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Región de Tōhoku, marzo de 2011 (nordeste de Japón)

  

Ojalá pudiera hacer algo más que llorar estúpidamente.
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Edito: Las personas de las primeras fotos son de Tokyo y Mitaka (el Museo Ghibli); hice yo las fotos hace dos años. Las de las segundas, en cambio, son de la zona devastada por la catástrofe, obtenidas de varios periódicos. Sé que el amarillismo de la prensa no ha ayudado en absoluto, que lo sucedido fue horrible pero la mentira nunca va bien, y Japón entero no vive en el caos. Pero siento una total empatía hacia el pueblo japonés en general por todo el dolor y sufrimiento de estos días. Para información de primera mano y enlaces para hacer donaciones, acceded a esta página: