Hace mucho tiempo que quería escribir sobre mi escapada a Tokyo, y he empezado varias veces en otros blogs, pero nunca he terminado de contar lo que viví. Creo que esta vez estoy preparada. Iré poco a poco, sin pretender explicarlo todo, porque es imposible. Más adelante ya iré añadiendo detalles, anécdotas y reflexiones, en otras entradas sueltas.
Fui hace dos años, yo sola, sin saber chapurrear más de diez palabras en japonés, únicamente cinco días (más los correspondientes al viaje), debido a mi precariedad económica...
Como pasa la mayoría de las veces que emprendo una aventura disparatada, no solo no me arrepiento de haberme tirado a la piscina, sino que fue una experiencia maravillosa e impactante que recordaré toda mi vida.
Cuando me dirigí al aeropuerto de Madrid aquel día de agosto de 2009, no tenía miedo ni nerviosismo (y eso suele ser extraño en mí), sino que estaba profundamente emocionada, con una ilusión a prueba de bombas, dispuesta a superar cualquier dificultad que pudiera encontrarme y sin grandes expectativas que pudieran frustrarse.
Me preparé para un vuelo de 15 horas, puse la mente en blanco y me dejé llevar por aquel avión de Finnair hasta Helsinki. Poco antes de aterrizar en la ciudad, después de 5 horas, mantuve la cara aplastada contra el cristal de la ventanilla durante bastante rato, observando los bosques y lagos que se acercaban. Solo podía pensar: "Estoy en Finlandia, ¡estoy en Finlandia!" Pero lo único que visité del país fueron las tiendas de pieles, maderas, arenques y carne de reno y oso del aeropuerto.
No tenía que recoger las maletas, porque me las enviaban directamente a Tokyo, así que todo fue como la seda. Me subí al segundo avión, que sería el que me llevaría al destino final. Me dieron una mantita, un antifaz, unos auriculares y un pequeño estuche con un cepillito de dientes y un peine, que toqueteé emocionada ante la cara risueña de mi compañera de vuelo.
La verdad es que no se me hizo largo el viaje, seguramente porque iba muy mentalizada, y porque me encantó todo lo referente al segundo avión: la pantallita con juegos, documentales y películas, el mando a distancia, incluso la comida que nos dieron. Vi algunos documentales, entre ellos uno de Helsinki (que no me llamó demasiado la atención); y una película china y otra hawaiano-japonesa que me encantaron. Solía escoger la opción de escucharlas en v.o. con subtítulos en inglés o en italiano (en español había poca cosa).
Al llegar al aeropuerto de Narita, en Tokyo, ya eran las 7 o las 8 de la mañana. Había conseguido dormitar bastante en el avión, y entre eso y la adrenalina provocada por la ilusión, estaba despierta y animada. No tuve nada de jet lag. Me dirigí a Información y pregunté por la salida de los buses especiales hacia el centro de la ciudad. Hablaban bastante bien el inglés, y me lo indicaron con una sonrisa. El lugar estaba muy cerca, y al entregar el billete, que había comprado previamente en una agencia, no tuve ningún problema. Iba diciéndome: "¡Primera prueba superada!" "¡Segunda prueba superada!" De momento todo estaba yendo muy bien y me sentía orgullosa de mí misma.
Las paradas del autobús correspondían a hoteles. Cada vez que se detenía el vehículo, locutaban el nombre del hotel, el barrio y la calle varias veces, y algunos recepcionistas del hotel ayudaban a los clientes a bajar las maletas y les enseñaban el camino hacia la habitación. Todos hacían muchas reverencias y se comportaban con una educación y profesionalidad pasmosas.
Al cabo de un rato, anunciaron lo que yo esperaba oír: Hotel Shiba Park, Shiba-koen, Minatu-ku. También yo tenía recepcionistas esperando en la puerta, que sabían algo de inglés (aunque no mucho), y me guiaron hasta la habitación. Era grande, limpia, con una cama de matrimonio, un escritorio con cajones repletos de material de oficina; una silla y un televisor. Encima del escritorio había un calentador de agua y una bandejita con tés y otras infusiones.
Fui corriendo al lavabo a ver el inodoro, y no me decepcionó: tenía sus botoncitos de agua a presión, de aire caliente, y otros que no conseguí identificar.
Después de ordenar mis cosas, de dar vueltas y vueltas por la habitación y de asomarme a la ventana varias veces, decidí bajar a recepción, donde pedí un plano de la zona y un adaptador de enchufe. Tenía varios planos de Tokyo, del metro, etc., en dos guías que me había comprado y que llevaba en una mochilita. Armada con todo ello y con miles de yenes en efectivo, salí a conocer el barrio de Minato.
Me ha gustado mucho. Encuentro que está muy bien escrito y que te hace vivir las sensaciones del viaje como si estuvieras en él. He disfrutado leyéndolo.
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