lunes, 20 de diciembre de 2010

Un cuento de trolls y hielo

Hay días de invierno que son ideales para coger una mantita, quedarse al lado del fuego de la chimenea (o, en su defecto, en un sofá calentito), y explicar historias. De hecho, este frío glacial me trae a la mente un cuento muy especial que leí hace mucho tiempo, y que cambió mi vida.

Porque con él, descubrí a Terry Pratchett.

Os dejo con él:



El Puente Del Troll

El viento soplaba en las montañas y llenaba el aire de diminutos cristales de hielo. Hacia demasiado frío para nevar. Cuando el tiempo estaba así, los lobos bajaban a los pueblos y, en el corazón de los bosques, los árboles explotaban al congelarse.
Cuando hacía un tiempo así, la gente sensata permanecía en sus casas, frente al hogar, y se contaban historias sobre héroes.
Eran un viejo caballo y un viejo jinete. El caballo parecía una tostadora empaquetada al vacío; el hombre tenía el aspecto de que el único motivo por el que no caía de su montura era que no podía reunir las fuerzas necesarias para ello. A pesar del cortante viento helado, sólo iba vestido con una corta falda de piel y un vendaje sucio en una rodilla.
Se quitó una empapada colilla de los labios y la aplastó contra la otra mano.
–Está bien, vamos a hacerlo –dijo.
–Para ti es muy fácil –contestó el caballo–. Pero ¿y si tienes uno de tus ataques de vértigo? Y últimamente tienes la espalda fatal. ¿Cómo me sentiré, si nos devoran porque tienes un tirón en la espalda en un mal momento?
–Eso no pasará –aseguró el hombre.
Se deslizó hasta las heladas piedras y sopló sobre sus dedos. Luego sacó del fardo una espada con un filo que parecía una sierra mal conservada y asestó unos mandobles en el aire con escasa convicción.
–Todavía conservo mi viejo estilo –comentó.
El hombre hizo una mueca y fue a apoyarse en un árbol.
–Juraría que esta maldita espada es más pesada cada día.
–Tendrías que volver a guardarla –le aconsejó el rocín–. Ya basta por hoy. ¡Hacer estas cosas a tu edad! No está bien.
El hombre puso los ojos en blanco.
–¡Jodida subasta! Esto es lo que me pasa por comprar algo que perteneció a un mago –maldijo, dirigiéndose al frío mundo en general–. Te miré los dientes y los cascos, pero no se me ocurrió escuchar.
–¿Quién crees que estaba pujando contra ti? –replicó el equino. Cohen el Bárbaro siguió apoyado en el árbol. No estaba totalmente seguro de poder volver a enderezarse.
–Debes de tener muchos tesoros escondidos –supuso el caballo–. Podríamos ir hacia el Límite. ¿Qué te parece? Es bonito y hace calor. Un bonito y caluroso lugar, con una playa, ¿eh? ¿Qué me dices?
–No hay ningún tesoro –declaró Cohen–. Me lo gasté todo. En bebida. Lo di todo. Lo perdí.
–Debiste haber guardado algo para la vejez.
–Jamás pensé que llegaría a la vejez.
–Algún día morirás –dijo el caballo–. Podría ser hoy.
–Ya lo sé. ¿Por qué crees que he venido aquí?
El equino se giró y miró hacia el barranco. Allí, el camino era tortuoso y difícil de seguir. Unos árboles jóvenes se abrían paso entre las piedras. El bosque estaba apiñado a ambos lados. En unos años más, nadie sabría que allí había habido un sendero. Por su aspecto, tampoco lo sabía nadie ahora.
–¿Has venido aquí a morir?
–No. Pero hay algo que siempre he querido hacer. Desde que era un muchacho.
–¿Ah, sí?
Cohen intentó incorporarse. Los tendones lanzaron mensajes candentes por sus piernas.
–Mi padre... –chilló. Luego recuperó el control–. Mi padre me dijo... –Pugnó por tomar aire.
–Hijo... –trató de ayudarlo el caballo.
–¿Qué?
–Hijo. Ningún padre llama a su chaval «hijo» a menos que esté a punto de impartirle algo de su sabiduría. Todo el mundo lo sabe.
–Son mis recuerdos.
–Perdón.
–Me dijo: «Hijo...». Sí, vale. «Hijo, cuando venzas a un troll en combate singular, podrás hacer cualquier cosa.»
El caballo parpadeó. Luego volvió a examinar el sendero entre los árboles hasta la profundidad del barranco. Allí había un puente de piedra. Tuvo un horrible presentimiento.
Pateó nerviosamente el suelo con los cascos.
–Vamos hacia el Límite –insistió–, es bonito y hace calor.
–No.
–¿Qué ganamos matando a un troll? ¿Qué conseguirás con eso?
–Un troll muerto. De eso se trata. En cualquier caso, no es necesario matarlo. Basta con vencerlo. Uno contra uno. Mano a... troll. Si no lo intento, mi padre se revolverá en la tumba.
–Me dijiste que te expulsó de la tribu cuando tenías once años.
–Lo mejor que pudo haber hecho jamás. Me enseñó a volar con las alas de otros. Ven aquí, ¿quieres?
El caballo se puso a su lado. Cohen se agarró a la silla y se incorporó.
–Y tú quieres luchar hoy con un troll... –rezongó el equino.
Cohen rebuscó en el saco y extrajo la bolsa de tabaco. El viento sacudió el papel de fumar mientras enrollaba un cigarrillo.
–Eso es –asintió.
–Y hemos hecho todo este camino para eso.
–Teníamos que hacerlo –dijo Cohen–. ¿Cuándo fue la última vez que viste un puente con un troll debajo? Cuando yo era un chaval, había a cientos. Ahora hay más trolls en las ciudades que en las montañas. La mayoría, gordos como cerdos. ¿Para qué combatimos en tantas guerras? Ahora... cruza ese puente.
Era un puente solitario sobre un río poco profundo, espumoso y traicionero en un hondo valle. La clase de lugar donde uno se topa con... Una figura gris saltó sobre el parapeto y cayó con los pies separados frente al caballo. Blandía un garrote.
–Está bien –gruñó.
–Oh... –empezó el caballo.
El troll parpadeó. Incluso los cielos fríos y nubosos del invierno reducían seriamente la conductividad del cerebro de silicona de un troll. Tardó todo este tiempo en darse cuenta que no había nadie en la silla. Parpadeó de nuevo, porque sintió de pronto la punta de un cuchillo en el cogote.
–Hola –saludó una voz junto a su oreja.
El troll tragó saliva. Pero con mucho cuidado.
–Mira, esto es una tradición, ¿vale? –dijo a la desesperada–. En un puente como éste, la gente tiene que esperar que aparezca un troll.
–Por cierto, –añadió, cuando otro pensamiento llegó a duras penas –¿cómo es que no te he oído acercarte?
–Porque esto lo hago bien –repuso el viejo.
–Eso es verdad –confirmó el rocín–. Se ha acercado sigilosamente a otros hombres más veces de las que tú has asustado a tus cenas.
El troll se arriesgó a mirarlo de reojo.
–¡Por todos los demonios! –susurró–. Te crees que eres Cohen el Bárbaro, ¿no?
–¿Y tú qué crees? –dijo Cohen el Bárbaro.
–Escucha –intervino el caballo–, si no se hubiese envuelto las rodillas con vendas, lo habrías descubierto por el crujir de sus huesos.
El troll necesitó un cierto tiempo para entenderlo.
–¡Oh, vaya! –exclamó jadeante–. ¡En mi puente! ¡Vaya!
–¿Qué? –preguntó Cohen. El troll se zafó de la presa y agitó las manos frenéticamente.
–¡Está bien! ¡Está bien! –gritó mientras Cohen avanzaba–. ¡Ya me tienes! ¡Ya me tienes! ¡No voy a resistir! Sólo quiero llamar a mi familia, ¿de acuerdo? De lo contrario, nadie me creerá. ¡Cohen el Bárbaro! ¡En mi puente!
Su pecho, enorme y duro como una piedra, se hinchó aún mas.
–Mi jodido cuñado siempre está fardando de su jodido puente de madera –añadió–, y mi mujer no sabe hablar de otra cosa. ¡Ja! Me gustaría verle la cara ahora... ¡Oh, no! ¿Qué vas a pensar de mí?
–Buena pregunta –dijo Cohen.
El troll soltó el garrote y estrechó la mano a Cohen.
–Me llamo Mica –se presentó–. ¡Qué gran honor! –Se asomó al parapeto y vociferó –¡Berila! ¡Sube! ¡Y trae a los niños!
Cuando se volvió hacia Cohen, el rostro del troll estaba resplandeciente de felicidad y orgullo.
–Berila siempre dice que tendríamos que mudarnos, encontrar algo mejor; pero yo le contesto que este puente ha sido de nuestra familia durante generaciones. Siempre ha habido un troll bajo el Puente de la Muerte. Es la tradición. Una enorme mujer troll con dos niños a cuestas subió por la ribera arrastrando los pies, seguida de una fila de trolls más pequeños. Todos ellos se alinearon detrás de su padre y observaron a Cohen con grandes ojos.
–Te presento a Berila –dijo el troll. Su mujer miró ceñuda a Cohen–. Y éste... –empujó hacia adelante a una copia más pequeña y enfurruñada de sí mismo– es mi chaval, Pedregal. Una lasca de la vieja roca. Será el que se encargue del puente cuando yo ya no esté, ¿verdad, Pedregal? ¡Mira, este señor es Cohen el Bárbaro! ¿Qué te parece, eh? ¡En nuestro puente! No sólo tenemos mercaderes ricos y fofos como tu tío Piritas –añadió el troll, hablando todavía a su hijo mirando por el rabillo del ojo a su mujer–: tenemos héroes de verdad, como en los viejos tiempos.
La mujer del troll miró a Cohen de arriba abajo.
–¿Es rico, éste? –preguntó.
–El dinero no tiene nada que ver –contestó el troll.
–¿Vas a matar a papá? –inquirió Pedregal, suspicaz.
–¡Pues claro que sí! –afirmó Mica con severidad–. Es su trabajo. Y luego seré famoso y me mencionarán en canciones y en cuentos. Éste es Cohen el Bárbaro, ¿comprendes?, no un gilipollas del pueblo. Es un héroe famoso que ha hecho todo este viaje para vernos, así que mostradle más respeto.
–Lo siento, señor –se disculpó después ante Cohen–. Ya sabe cómo son los chicos de hoy.
El caballo empezó a reírse con disimulo.
–Bueno, escucha... –empezó Cohen.
–Recuerdo que papá me contó cosas de usted cuando yo era un guijarrito –dijo
Mica–. «Monta sobre el mundo como un "closo"», me decía.
Se produjo un silencio. Cohen se preguntó qué era un «closo» y sintio la pétrea mirada de Berila clavada en él.
–No es más que un viejo –comentó ella–. No me parece un héroe. Si es tan bueno, ¿por qué no es rico?
–Bueno, escucha... –intentó contestar Mica.
–¿Esto es lo que hemos estado esperando todos estos años? –lo interrumpió la troll –¿Por esto hemos estado bajo un puente con goteras? ¿Esperando a gente que no venia nunca? ¿Esperando a viejos con las piernas vendadas? ¡Tendría que haber hecho caso a mi madre! ¿Y ahora quieres que deje a mi hijo quedarse sentado bajo el puente esperando a que venga otro viejo a matarlo? ¿Esto es ser un troll? ¡Bueno, pues ni hablar!
–¿Quieres escucharme?
–¡Ja! ¡Piritas no tiene viejos! ¡Consigue mercaderes ricos y gordos! Es alguien. ¡Debiste haber ido con él cuando tuviste la ocasión!
–¡Antes comería gusanos!
–¿Gusanos, eh? ¿Desde cuándo podemos permitirnos comer gusanos?
–¿Podemos hablar en privado? –intervino Cohen.
Echó a andar hacia el otro extremo del puente, haciendo oscilar la espada. El troll lo siguió, caminando sin hacer ruido. Cohen buscó la bolsa de tabaco. Miró al troll y sostuvo la bolsa en alto.
–¿Fumas? –le preguntó.
–Eso puede matarte –repuso el troll.
–Sí. Pero no hoy.
–¡No te quedes todo el día charlando con tus amigotes! –vociferó Berila desde su lado del puente–. ¡Hoy te toca ir al aserradero! Ya sabes que Chert dijo que no podría guardarte el empleo si no te tomabas el trabajo en serio!
Mica sonrió a Cohen con un gesto de disculpa.
–Se preocupa mucho por mí –le explicó.
–¡No voy a recorrerme el río otra vez para sacarte del lío! –rugió Berila–. ¡Cuéntale lo de los machos cabríos, señor Gran Troll!
–¿Machos cabríos? –se extrañó Cohen.
–No sé nada de esos machos cabríos –dijo Mica–. Siempre está hablando de los machos cabríos, y yo no sé nada de ellos. –E hizo una mueca.
Observaron cómo Berila se llevaba a los jóvenes trolls por la ribera hasta la oscuridad que se extendía bajo el puente.
–La cuestión es que no pretendía matarte –declaró Cohen cuando quedaron a solas.
El troll quedó decepcionado.
–¿No?
–Sólo quería tirarte desde el puente y robarte los tesoros que tuvieras.
–¿Sí?
Cohen le dio unas palmadas en la espalda.
–Además –añadió–, me gusta la gente con... buena memoria. Eso es lo que necesita el país: buena memoria.
–Hago cuanto puedo, señor –repuso el troll, poniéndose firmes–. Mi chaval quiere ir a trabajar a la ciudad. Le he dicho que ha habido un troll bajo este puente durante casi quinientos años...
–Así que, si me entregas tu tesoro, seguiré mi camino –prosiguió Cohen.
El rostro del troll se crispó en un súbito ataque de pánico.
–¿Tesoro? No tengo ninguno.
–¡Oh, vamos! ¿Con un puente como el tuyo?
–Si, pero ya nadie baja por el sendero –dijo Mica–. La verdad es que has sido el primero en varios meses. Berila dice que tendría que haberme ido con su hermano cuando construyeron la nueva vereda por su puente, pero –levantó la voz– yo dije: ha habido trolls bajo este puente...
–Ya, ya –lo cortó Cohen.
–El caso es que el puente se está cayendo –continuó el troll–. Y no tienes idea de lo que cobran los albañiles. ¡Serán cabritos esos enanos! No puede uno confiar en ellos.
–Se inclinó hacia Cohen y agregó en tono confidencial–: Para ser franco, tengo que trabajar tres días a la semana en el aserradero de mi cuñado para llegar a fin de mes.
–Creía que tu cuñado vivía bajo un puente.
–Uno de ellos. Pero mi mujer tiene tantos hermanos como los perros tienen pulgas –explicó el troll, y miró hacia el torrente con desolación–. Uno de ellos es maderero en Aguas Agrias, otro tiene el puente, el tercero es un gordo comerciante en Pica Amarga. ¿Te parece trabajo para un troll?
–Pero uno está en el negocios de los puentes.
–¿El negocio de los puentes? ¿Sentado sobre una caja todo el día haciendo pagar una pieza de plata a los viajeros que quieren cruzar–¡La mitad del tiempo ni siquiera está en su sitio! Paga a un enano para que le haga de recaudador. ¡Y se llama troll! ¡No puedes distinguirlo de un humano a menos que lo mires de cerca!
Cohen asintió, comprensivo.
–¿Sabes que tengo que ir a cenar con ellos cada semana? –prosiguió el troll–. ¿Con los tres? Y tener que escucharles que hay que adaptarse a los tiempos...
–Qué hay de malo en ser un troll bajo un puente? –agregó, mirando con tristeza a Cohen–. Me crié para ser un troll bajo un puente, y quiero que Pedregal sea un troll bajo un puente cuando yo ya no esté. ¿Qué hay de malo en eso? Si no, ¿qué sentido tiene todo? ¿Para qué vivimos?
Se recostó en el parapeto con gesto abatido, mirando hacia las espumosas aguas.
–¿Sabes? –dijo Cohen despacio–, recuerdo la época en que un hombre podía cabalgar desde aquí a las Montañas Afiladas y no ver ningún otro ser vivo. –Paseó los dedos por la espada y añadió–: Al menos, ninguno en un largo trecho.
Tiró la colilla al agua y continuó:
–Ahora, todo son granjas. Pequeñas granjas dirigidas por gente pequeña. Y vallas por todas partes. Mires donde mires, verás granjas, vallas y gente pequeña.
–Ella tiene razón –dijo el troll, continuando su conversación anterior–. No hay futuro en seguir saltando de debajo de un puente.
–No tengo nada contra las granjas, por supuesto –prosiguió Cohen–. Ni contra los granjeros. Tiene que haberlos. Lo malo es que antes estaban muy lejos, en los límites. Ahora esto es el límite.
–Siempre hacia atrás –declaró el troll–. Siempre cambiando. Como mi cuñado Chert. ¡Un aserradero! ¡Un troll dirigiendo un aserradero! ¡Y tendrías que ver el lío que está organizando con el bosque de las Sombras Cortadas!
Cohen, sorprendido, levantó la mirada.
–¿Cuál, el de las arañas gigantes?
–¿Arañas? Ya no hay arañas allí. Sólo tocones de árbol.
–¿Tocones? ¿Tocones? Me gustaba ese bosque. Era... bueno, era oscuro. Hoy en día ya no se encuentra un bosque sombrío. En un bosque como ése se sabía lo que era sentir terror.
–¿Quieres sombras? Lo está replantando con abetos rojos –dijo Mica.
–¡Abetos!
–No es idea suya. No distingue un árbol de otro. Todo se le ocurrió a Arcilla. Él lo enredó.
Cohen sintió un mareo.
–¿Y quién es Arcilla?
–Te he dicho que tengo tres cuñados, ¿no? Este es el comerciante. Dijo que, si se replantaba, sería más fácil vender el terreno. Se produjo una larga pausa mientras Cohen asimilaba la información.
–No se puede vender el bosque de las Sombras Cortadas –dijo por fin–. No pertenece a nadie.
–Así es. Dice que por eso puede venderlo.
Cohen descargó el puño sobre el parapeto. Una piedra se desprendió y cayó al barranco.
–Perdón –se excusó.
–No te preocupes. Ya te he dicho que se está cayendo a pedazos.
Cohen se revolvió.
–¿Qué ocurre? Recuerdo todas las grandes guerras del pasado. ¿Tú no? Debiste de luchar en ellas también.
–Llevaba un garrote, sí.
–Se suponía que todo era por un nuevo y brillante futuro basado en la ley y todo lo demás. Eso era lo que decía la gente.
–Bueno, yo combatía porque un troll grandullón con un látigo me obligaba –dijo Mica con cautela–. Pero sé lo que quieres decir.
–Quiero decir que no lo hicimos por los granjeros y los abetos rojos, ¿no?
–Y aquí estoy yo reivindicando este puente –filosofó Mica, con gesto abatido–. Y tú has hecho todo este camino...
–Y había un rey o algo así –continuó Cohen vagamente, contemplando el agua–. Y creo que había hechiceros. Pero seguro que había un rey. Estoy casi seguro. Jamás lo conocí. ¿Sabes? –Sonrió al troll–. No logro acordarme de su nombre. No creo que me lo dijeran nunca.
Una media hora después, el caballo de Cohen salió de los sombríos bosques a un páramo desolado y azotado por el viento. Siguió caminando con paso cansino por un tiempo hasta que dijo:
–Muy bien... ¿Cuánto le has dado?
–Doce piezas de oro –contestó Cohen.
–¿Por qué le diste doce piezas de oro?
–Sólo llevaba doce.
–Debes de estar loco.
–Cuando empecé en este negocio de ser bárbaro –dijo Cohen–, todos los puentes tenían un troll debajo. Y no se podía atravesar un bosque como el que acabamos de cruzar sin que una docena de trasgos intentase cortarte la cabeza. –Suspiró–. Me pregunto qué ha sido de todos ellos.
–Tú sabrás –insinuó el caballo.
–Bueno, vale. Pero siempre creí que habría más. Siempre pensé que habría nuevos límites.
–¿Cuántos años tienes?
–Ni idea.
–Entonces eres lo bastante viejo para no llamarte a engaño.
–Sí, tienes razón.
Cohen encendió otro cigarrillo y tosió hasta que se le humedecieron los ojos
–¡Se te está ablandando el cerebro!
–Sí.
–¡Darle hasta tu última moneda a un troll!
–Sí –confirmó Cohen, y lanzó una voluta de humo al sol poniente.
–¿Por qué?
Cohen contempló el cielo. El resplandor rojizo era frío como las laderas del infierno. Un viento helado cruzó la estepa y sacudió los restos de su melena.
–Por la forma como deberían ser las cosas –respondió.
–¡Ja!
–Por las cosas como fueron antes.
–¡Ja!
Cohen agachó la cabeza. Y sonrió.
–Y por tres direcciones. Algún día moriré –dijo–, pero creo que hoy, no.
El viento soplaba en las montañas y llenaba el aire de diminutos cristales de hielo. Hacía demasiado frío para nevar. Cuando el tiempo estaba así, los lobos bajaban a los pueblos y, en el corazón de los bosques, los árboles explotaban al congelarse.
Pero cada vez quedaban menos lobos, y menos bosques.
Cuando hacía un tiempo así, la gente sensata permanecía en sus casas, frente al hogar.
Y se contaban historias sobre héroes.  

                                                                                              (Terry Pratchett)

lunes, 29 de noviembre de 2010

Madonna and child

La verdad es que no soy muy de vírgenes, porque las representaciones me suelen parecer frías y distantes, y los bebés suelen ser como viejos en miniatura. Sin embargo,  hay excepciones, como la figurita de una virgen que encontré en Santiago de Compostela y este cuadro de Marianne Preindelsberger Stokes, con el que me he quedado fascinada:

martes, 16 de noviembre de 2010

Un perro ha muerto

Siento llevar un tiempo colgando poemas y más poemas, pero es que es el tema que estoy trabajando y me enamoro de tantos...

UN PERRO HA MUERTO (Pablo Neruda)

Mi perro ha muerto.

Lo enterré en el jardín
junto a una vieja máquina oxidada.

Allí, no más abajo,
ni más arriba,
se juntará conmigo alguna vez.
Ahora él ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz fría.
Y yo, materialista que no cree
en el celeste cielo prometido
para ningún humano,
para este perro o para todo perro
creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero él me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades.

Ay no diré la tristeza en la tierra
de no tenerlo más por compañero,
que para mí jamás fue un servidor.

Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
que conservaba su soberanía,
la amistad de una estrella independienre
sin más intimidad que la precisa,
sin exageraciones:
no se trepaba sobre mi vestuario
llenándome de pelos o de sarna,
no se frotaba contra mi rodilla
como otros perros obsesos sexuales.
No, mi perro me miraba
dándome la atención que necesito,
la atención necesaria
para hacer comprender a un vanidoso
que siendo perro él,
con esos ojos, más puros que los míos,
perdía el tiempo, pero me miraba
con la mirada que me reservó
toda su dulce, su peluda vida,
su silenciosa vida,
cerca de mí, sin molestarme nunca,
y sin pedirme nada.

Ay cuántas veces quise tener cola
andando junto a él por las orillas
del mar, en el invierno de Isla Negra,
en la gran soledad: arriba el aire
traspasado de pájaros glaciales,
y mi perro brincando, hirsuto, lleno
de voltaje marino en movimiento:
mi perro vagabundo y olfatorio
enarbolando su cola dorada
frente a frente al Océano y su espuma.

Alegre, alegre, alegre
como los perros saben ser felices,
sin nada más, con el absolutismo
de la naturaleza descarada.

No hay adiós a mi perro que se ha muerto.
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.

Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.

viernes, 29 de octubre de 2010

La lectura y Borges

Se nota que estos días en el curro estoy trabajando la literatura y la lírica... Hoy me he encontrado con un poema de Borges que me ha encantado. Será porque me gusta mucho el juego narrativo del Quijote, y cómo mezcla fantasía e invención con realidad...  Y porque las personas con mucha imaginación, están en el fondo un poquito (adorablemente) locas.
Mi jefa dice que la poesía es rancia... Bueno, quizá yo lo sea también, ya que me gustan las historias del pasado. O tal vez sea sólo cuestión de gustos, vosotros decidís.

Sin más preámbulos, os presento el poema. Se titula «Lectores»:

De aquel hidalgo de cetrina y seca
tez y de heroico afán se conjetura
que, en víspera perpetua de aventura,
no salió nunca de su biblioteca.

La crónica puntual que sus empeños
narra y sus tragicómicos desplantes
fue soñada por él, no por Cervantes,
y no es más que una crónica de sueños.

Tal es también mi suerte. Sé que hay algo
inmortal y esencial que he sepultado
en esa biblioteca del pasado

en que leí la historia del hidalgo.
Las lentas hojas vuelve un niño y grave
sueña con vagas cosas que no sabe.

                                     Jorge Luis Borges.

sábado, 16 de octubre de 2010

No te detengas... (Walt Whitman)


No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.
Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Somos seres llenos de pasión.
La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima,
nos enseña,
nos convierte en protagonistas
de nuestra propia historia.
Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa:
Tu puedes aportar una estrofa.
No dejes nunca de soñar,
porque en sueños es libre el hombre.
No caigas en el peor de los errores:
el silencio.
La mayoría vive en un silencio espantoso.
No te resignes.
Huye.
"Emito mis alaridos por los techos de este mundo",
dice el poeta.
Valora la belleza de las cosas simples.
Se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas,
pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.
Disfruta del pánico que te provoca
tener la vida por delante.
Vívela intensamente,
sin mediocridad.
Piensa que en ti está el futuro
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.
Aprende de quienes puedan enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron
de nuestros "poetas muertos",
te ayudan a caminar por la vida
La sociedad de hoy somos nosotros:
Los "poetas vivos".
No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas ...


jueves, 14 de octubre de 2010

Los ojos de un gato

Cuanto más conozco a mis gatos, más me sorprenden y más me reafirmo en mi punto de vista acerca de la evolución, del progreso y de las grandes ideologías.


Sí, parece absurda la relación, pero existe. Me gustó mucho el libro “De focas daltónicas y alces borrachos”, porque es más que un texto entretenido y divertido, para mí es todo un tratado de filosofía.
Esa obra nos demuestra que la vida no es ese ente serio, ordenado, calculado y abstracto que quieren hacernos creer los ensayos científicos y filosóficos de Darwin, Kant, Descartes, Proust, Hegel, Marx... así metiéndolos todos en un mismo saco disparatada pero deliberadamente.
La vida es un juego, una improvisación, una tirada de dados que deja abierta la puerta del azar.

Se da en los pequeños detalles, en los seres individuales que luchan por reproducirse y sobrevivir, pero también inclinan la cabeza con curiosidad, entornan los ojos y demuestran su afecto, y en su mirada late una búsqueda de comprensión que va más allá de la simple pervivencia de la especie, que sorprende por lo especial, única e individual, y que diferencia a un gato de todos los demás gatos, a un zorro de todos los demás zorros, a una rosa de todas las demás rosas.


Un león mata a todos los cachorros de una manada cuando se alza como líder, para asegurarse de que sólo su descendencia saldrá adelante. Los chimpancés son crueles y agresivos. El instinto obliga a algunos gatos asilvestrados a comerse a una persona que acaba de morir, si es preciso, con tal de sobrevivir. Y eso no aleja a los chimpancés, los gatos y los leones de los seres humanos. Somos “iguales". En condiciones extremas, nosotros haríamos lo mismo. Miembros de nuestra especie también matan “fríamente” a cachorros de su misma especie por los mismos motivos que un león.

Sin embargo, realmente, ¿somos todos iguales? No. Yo sería incapaz de matar por ese motivo, yo sólo podría matar para defenderme o en un ataque rápido de locura, y nunca podría ensañarme, nunca. Hay miembros de mi especie que torturan, que disfrutan o ignoran el sufrimiento ajeno, muchas veces justificándose con una pretendida “profesionalidad”, “deber”, venganza o cotidianidad, pero yo reaccionaría de otra forma, a menos que dejase de ser yo; porque soy un ente individual aparte.  Aunque todos seamos seres humanos, hay un “ellos” y un “yo”, en un “nosotros” aparte. Y lo mismo pasa en el caso de los leones, los chimpancés y los gatos. No todos reaccionarán igual en una situación idéntica, y mucho menos si están rodeados de amor, acostumbrados a otro tipo de vida. Igual que no actúa de la misma forma un niño soldado que se encuentra inmerso en la barbarie que el mismo niño topándose con determinadas personas, o que otro con las necesidades  afectivas y de supervivencia cubiertas.

La vida de un Panthera leo, mamífero carnívoro de la familia de los félidos, es siempre igual. Hasta que a un león en concreto le pasa algo (entra en contacto con seres humanos especiales, o conoce a otro león especial, a un bebé monito...), que hace que su vida se agarre a un detalle, lo use de palanca y mueva el mundo, lo haga cambiar de rumbo, de color y de plano, y el Panthera leo se transforma y se convierte en un león con ojos de gato ronroneando.


La vida es muy rica y complicada, no se puede encerrar entre los límites deterministas de una especie, raza, época, cultura o situación. Aunque todos estos factores condicionen las actitudes y reacciones, todos nosotros, igual que los animales, somos seres individuales hechos de contradicciones, de pequeños detalles. De hecho la vida es sólo eso, y sólo eso la hace inmensa e impredecible.

Crecer significa sobrevivir intentando ser cada vez más coherentes con nosotros mismos, pero con cariño y comprendiendo nuestras limitaciones, para sentirnos mejor con cada elemento de nuestro entorno, con nuestros semejantes y con los que sin serlo, también lo son.


Para reafirmar y superar nuestra individualidad, aunque suene tópico, debemos recurrir al amor. Evolucionar como seres individuales implica no darle la espalda a ese sentimiento, sumergirse en él, aceptándose a uno mismo y a los demás, entrando en sus casas en lugar de quedarse en la fachada. No es un pensamiento hippy, producto de una cabeza que ha comido demasiadas flores. Es producto de alguien que intenta comprender sus limitaciones y capacidades y que observa a las personas, animales y cosas de su alrededor pretendiendo ir más allá de las apariencias.

La lógica y la razón nos ayudan a mirar en una dirección, a resolver rompecabezas y problemas, a disfrutar de las conexiones de nuestro maravilloso cerebro, a entender el por qué de algunos aspectos de los sentimientos y a intentar guiarlos y tranquilizarlos un poco. Pero la base siempre está formada por esos sentimientos, y lo que queda cuando tenemos 90 años, cuando estamos finalizando nuestra existencia, son ellos, primarios, latentes, la vida en estado puro. Ellos, incontrolables en su totalidad, caóticos, infinitos, son los únicos que trascienden, que superan las diferencias aparentes y los intentos de homogeneización y clasificación, y son capaces de entrar a través de los ojos de un gato convirtiendo el cristal frío de un iris y una pupila en un corazón y en un destello mágico y cálido de comprensión.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Quiero escribir...

Quiero escribir, pero me sale espuma.
Quiero decir muchísimo y me atollo.
No hay cifra hablada que no sea suma,
no hay pirámide escrita, sin cogollo.
Quiero escribir, pero me siento puma;
quiero laurearme, pero me encebollo.
No hay toz hablada, que no llegue a bruma,
no hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo.
Vámonos, pues, por eso, a comer yerba,
carne de llanto, fruta de gemido,
nuestra alma melancólica en conserva.
¡Vámonos! ¡Vámonos! Estoy herido;
vámonos a beber lo ya bebido,
vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva.
                    «Intensidad y altura», César Vallejo.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Trilce


Mermelada, mantequilla, mandarina, piruleta, caramelo, libélula, luciérnaga, cachivache, achicharra, chispa, chucho, achuchar, chincheta, mariquita, golondrina, aceituna, pantomima, merienda, manantial, murmurar, mimosa, dintel, mantel, cascabel, doncella, princesa, tormenta, miel,  salmón, amarmolado, melocotón, sauce, mimbre, amapola, clavel, marmita, mazapán, marzo, garbanzo, maravilla,  chimichurri, tiquismiquis, espachurrar, pachucha, mapache, azabache, menta, cinta, añoranza, melancolía, crepúsculo, almendra, amamantar, talismán, lince, bronce, quince, dulcemente amanece en la montaña.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Mi abuelita se ha ido



Supongo que tendría que haber escrito antes acerca de esto pero no me salían las palabras. Cuando pienso en mi abuela, la única que he tenido, se me agolpan tantos sentimientos y momentos que se hacen un nudo y no hay manera de ponerlos en orden y explicarlos. Ahora mismo estoy, tontamente, llorando.
Y eso que la he visto muy poco. Vivía en Almansa, cerca de Albacete, en su casita con un rosal de la calle Pizarro, un cul de sac donde jugaban los niños, y donde jugué yo también de cría. 


Cuando era pequeña, iba a Almansa con mis padres una vez al año, algunas veces dos: en Navidad y en verano; pero luego, cuando empecé a ir por mi cuenta, la verdad es que cada vez los veía menos, hasta que prácticamente pasaron a ser sólo un recuerdo bonito de mi infancia.
Recuerdo la emoción de mi abuela cuando le dábamos un beso y la abrazábamos, de niños y no tan niños. Se le entrecortaban las palabras y sólo podía reir flojito, "jejeje", y sentías su cariño y su afecto y su olor...
Tengo recuerdos más o menos vagos de cuando era muy pequeña, de que le gustaba mi letra horrenda y lo que escribía porque tenía carácter... Y recuerdo sus historias...
El padre de mi abuela era ferroviario. A ella le apasionaban los trenes, creció oyéndolos, viéndolos y viviendo de ellos. Su hermano estudió para ser ferroviario como el padre, pero a ella no le dejaron por ser mujer, y estudiaba a escondidas, y se sabía mejor las lecciones que el hermano. Me hubiera gustado, alguna vez, montar en un tren con ella. Aunque ahora no son como aquellos que estaba acostumbrada a ver, cada día, desde la casita al lado de la vía donde estaba establecida con su familia.
Recuerdo cómo se sabía la lista de todos sus apellidos familiares, los dichos acerca de los "sandovalones", familia de "comilones"; su preferencia hacia "los gordicos", porque según ella eran todos buenas personas, y los delgaduchos, algo escondían; recuerdo cómo,  hasta prácticamente los 95 años, comía de todo, lo probaba todo, y no se privaba de su vasito de vino tinto... y cómo tomaba pan al final de cada comida, hasta con el yogur, porque decía que si no no le sentaba bien; y algo debía de tener ese pan, pues no tuvo que ir al médico hasta que tuvo más de ochenta años... Ni siquiera fue al dar a luz, la ayudó una partera en casa...
Recuerdo su amabilidad y ternura, su tolerancia hacia otras formas de pensar, su sabiduría popular, sus refranes, su forma de coger las agujas y hacer punto de media, balanceándose en su maravillosa mecedora, que me llamaba tanto la atención; recuerdo cómo, pacientemente, cuando la cabeza ya se le empezaba a escapar, insistía en enseñarme el mismo punto una y otra vez...






jueves, 2 de septiembre de 2010

Pobres bichitos

Hoy ha entrado una salamanquesita a mi departamento del curro. Enseguida ha habido alguien que se ha levantado espantada y ha propuesto matarla de un zapatazo porque le “daba mucho asco”. A mí me dan mucho repelús algunas personas y no las mato a zapatazos... Sí, hubo uno que lo intentó con Bush, pero ese no es el tema :P
La cuestión es que las salamanquesas son seres adorables y chiquititos, con ventositas en los dedos, que es difícil que formen una plaga, porque tienen como mucho dos crías cada 4 meses, y se comen a las arañas y mosquitos que nos pican...
Se ha formado un revuelo... No han dejado ni que la tocara para echarla fuera, han llamado al de mantenimiento... ¡ni que fuera una pitón!! Al final, afortunadamente, he podido convencer al de mantenimiento para que no la matara y me dejara sacarla fuera...  aunque a veces no lo parezca, en el fondo es un buen hombre. Me entristece bastante haber sido la única de mi departamento que ha salido en defensa del bichito.
Si hay animales que han formado una plaga y/o pueden morderte o picarte, y no es posible, simplemente, echarlos, de acuerdo, se matan: una plaga de hormigas o cucarachas, avispas, mosquitos, tábanos... pero hay otros muchos que sólo hacen daño cuando se sienten amenazados, y la gran mayoría pueden echarse sin necesidad de “pegarles un zapatazo”. Incluso pueden, como en este caso, ser inofensivos y hasta ayudarte.
Pero como son chiquititos, siempre es más fácil arrearles un golpe, ¿verdad?

domingo, 11 de julio de 2010

De hipopótamos guarros y de paralelismos humanos...


Estoy leyéndome un libro bastante curioso, "De focas daltónicas y alces borrachos". Viene a demostrar que la llamada "evolución" de las especies no es más que el juego inconsciente de un niño que se ha fumado un porro. Incluso en el caso del ser humano.
"Desde un punto de vista físico, el ser humano es un ser deficitario, es débil, lento, delicado, y, en comparación con otros animales, oye, huele y ve bastante mal. Lo único que lo distingue es su gran cerebro, extremadamente eficiente. Pero, ¿constituye eso realmente una ventaja evolutiva? Hasta ahora, en efecto, el experimento del "gran cerebro" ha funcionado, pero ya han transcurrido algunos milenios desde su introducción, lo que, en comparación con otros períodos de la evolución, no corresponde ni a un segundo en la vida de un hombre. En cambio, las últimas décadas muestran que el ser humano y su cerebro tienen un marcado afán de destrucción, capaz de arrojar a la catástrofe no sólo a la Humanidad misma, sino a todo el planeta. En realidad, no es posible llamar progreso a algo así, sino que se trata más bien de una danza sobre la cuerda floja, en la cual la evolución coquetea con su propio hundimiento."

Esta es la descripción que hace el autor del extraño y cochino comportamiento de los hipopótamos cuando se pelean o, simplemente, quieren marcar su territorio...
"... Ellos cultivan un trato bastante intenso con sus excrementos. O digámosolo mejor de otra manera: se pasan el puñetero día arrojando mierda. Así, el atento visitante del zoológico sabe que no hay planta depuradora en el mundo capaz de controlar el "excremental" afán de demarcación de los hipopótamos. Aun cuando su alberca se limpiara diez veces al día, al cabo de pocos instantes el mal olor llegaría de nuevo hasta el cielo. Y es que los hipopótamos demarcan su territorio con orina y excrementos, y su corta cola, con sus movimientos en forma de hélice, ayuda a difundir esas notas aromáticas a gran distancia. Por otra parte, el excremento sirve también a modo de arma.
Pero oigamos acerca de esto al zoólogo alemán Hans-Wilhelm Smolik:
'Y también entonces, cuando dos hipopótamos machos se encuentran, las hélices de la cola entran de inmediato en acción. Cada salva de orina y de excrementos de uno es respondida por una similar del otro, al tiempo que se sigue con interés quién es capaz de disparar la mayor cantidad de munición. El primero al que se le acabe el material resultará derrotado, por mucho que abra la boca enorme con sus imponentes colmillos.'[...]
Por lo demás, lo que cuenta es lo siguiente: el que más cague, gana. Aún resulta un enigma lo que eso pueda aportar en beneficio de la conservación de la especie, de la lucha por la supervivencia y la supervivencia del más apto. ¡O quizá no sea tan enigmático! Porque si uno observa atentamente algunos incidentes que suceden en nuestro día a día humano, -sobre todo en los ámbitos de la política y de los medios de comunicación-, se tiene la impresión de que muy a menudo gana el que más mierda arroja a su alrededor"

domingo, 16 de mayo de 2010

Me duele el cuello...

... de tanto mirar las estrellas.

Cuesta encontrar algo en lo que creer de verdad. Una idea, un proyecto. Y cuando aparece de repente, sin que te lo esperes, mientras estás tomando un café tranquilamente o mientras miras al infinito, debes agarrarlo y no dejarlo escapar. Aunque eso implique luchar y arriesgarse. De hecho, precisamente por eso.

jueves, 25 de marzo de 2010

No al canon bibliotecario. Olé, Sampedro

Escrito y firmado por José Luis
Sampedro, escritor.

POR LA LECTURA

Cuando yo era un muchacho, en la España de 1931, vivía en Aranjuez un Maestro Nacional llamado D. Justo G. Escudero Lezamit. A punto de jubilarse, acudía a la escuela incluso los sábados por la mañana aunque no tenía clases porque allí, en un despachito que le habían cedido, atendía su biblioteca circulante. Era suya porque la había creado él solo, con libros donados por amigos, instituciones y padres de alumnos.

Sus 'clientes' éramos jóvenes y adultos, hombres y mujeres a quienes sólo cobraba cincuenta céntimos al mes por prestar a cada cual un libro a la semana. Allí descubrí a Dickens y a Baroja, leí a Salgari y a Karl May.

Muchos años después hice una visita a un bibliotequita de un pueblo madrileño. No parecía haber sido muy frecuentada, pero se había hecho cargo recientemente una joven titulada, quien había ideado crear un rincón exclusivo para los niños con un trozo de moqueta para sentarlos. Al principio las madres acogieron la idea con simpatía porque les servía de guardería. Tras recoger a sus hijos en el colegio los dejaban allí un rato mientras terminaban de hacer sus compras, pero cuando regresaban a por ellos, no era raro que los niños, intrigados por el final, pidieran quedarse un ratito más hasta terminar el cuento que estaban leyendo. Durante la espera, las madres curioseaban, cogían algún libro, lo ojeaban y a veces también ellas quedaban prendadas.

Tiempo después me enteré de que la experiencia había dado sus frutos: algunas lectoras eran mujeres que nunca habían leído antes de que una simple moqueta en manos de una joven bibliotecaria les descubriera otros mundos. Y aún más años después descubrí otro prodigio en un gran hospital de Valencia. La biblioteca de atención al paciente, con la que mitigan las largas esperas y angustias tanto de familiares como de los propios enfermos, fue creada por iniciativa y voluntarismo de una empleada. Con un carrito del supermercado cargado de libros donados, paseándose por las distintas plantas, con largas peregrinaciones y luchas con la administración intentando convencer a burócratas y médicos no siempre abiertos a otras consideraciones, de que el conocimiento y el placer que proporciona la lectura puede contribuir a la curación, al cabo de los años ha logrado dotar al hospital y sus usuarios de una biblioteca con un servicio de préstamos y unas actividades que le han valido, además del prestigio y admiración de cuantos hemos pasado por ahí, un premio del gremio de libreros en reconocimiento a su labor en favor del libro.

Evoco ahora estos tres de entre los muchos ejemplos de tesón bibliotecario, al enterarme de que resurge la amenaza del préstamo de pago. Se pretende obligar a las bibliotecas a pagar 20 céntimos por cada libro prestado en concepto de canon para resarcir -eso dicen- a los autores del desgaste del préstamo.

Me quedo confuso y no entiendo nada. En la vida corriente el que paga una suma es porque:

a) obtiene algo a cambio.

b) es objeto de una sanción.

Y yo me pregunto: ¿qué obtiene una biblioteca pública, una vez pagada la adquisición del libro para prestarlo? ¿O es que debe ser multada por cumplir con su misión, que es precisamente ésa, la de prestar libros y fomentar la lectura?

Por otro lado, ¿qué se les desgasta a los autores en la operación?.¿Acaso dejaron de cobrar por el libro?. ¿Se les leerá menos por ser lecturas prestadas?.¿Venderán menos o les servirá de publicidad el préstamo como cuando una fábrica regala muestras de sus productos?

Pero, sobre todo: ¿Se quiere fomentar la lectura? ¿Europa prefiere autores más ricos pero menos leídos? No entiendo a esa Europa mercantil. Personalmente prefiero que me lean y soy yo quien se siente deudor con la labor bibliotecaria en la difusión de mi obra.

Sépanlo quienes, sin preguntarme, pretenden defender mis intereses de autor cargándose a las bibliotecas. He firmado en contra de esa medida en diferentes ocasiones y me uno nuevamente a la campaña.

¡NO AL PRÉSTAMO DE PAGO EN BIBLIOTECAS!

José Luis Sampedro

viernes, 1 de enero de 2010

El pasado y el futuro

"¿Cómo se retoma el hilo de toda una vida? ¿Cómo seguir adelante cuando en tu corazón empiezas a entender que no hay regreso posible, que hay cosas que el tiempo no puede enmendar, aquellas que hieren muy dentro, que dejan cicatriz?"

A veces no se puede retomar el hilo de toda una vida, porque esa vida que quieres retomar ha muerto, y ha nacido otra.

Aunque el presente no te guste, es el resultado de tantos procesos que a la fuerza tiene que ser valioso. Para el mundo, y para ti. Porque encarna la superación de mil obstáculos, de mil frustraciones. Y porque incluye la semilla de una vida nueva, mejor, mucho más elaborada que la pasada a la que quieres volver.

No se puede volver atrás. Seguir adelante implica mirar hacia adelante primero, asimilando el pasado, pero sin anclarse en él.

Y permitir que tu corazón deje de ser un amasijo de cicatrices y muera y nazca de nuevo para luchar con la fuerza acumulada de las cosas que el tiempo no puede -ni quiere- enmendar.

Feliz año nuevo.