lunes, 30 de mayo de 2011

Café y chocolate caliente

Es curioso cómo una descripción, una pintura, un olor, así sueltos, en un instante, pueden suspenderte y trasladarte a ese lugar familiar de sensaciones y misterios que todos conservamos en el corazón. El ligero olor a cloro al pasar por una piscina. El olor a cromo de Panini y Bollicao. O estos cuadros, por ejemplo, que he visto en el Blog de Marta Moro:


Almansa, la abuela, la "paellica tonta"; el descubrimiento de la gelatina de magro de cerdo y las tortas de manteca; Encarna; el "no te comas el colacao a cucharadas"; el "todavía es una niña"...  El recuerdo de querer que mi casa oliera siempre a café y a chocolate caliente. 

Ahora estoy en el tiempo del "conseguir". Muchos sueños han cambiado, otros no. Pero esa tranquilidad de poder tomar un buen desayuno en la compañía adecuada, de escuchar la naturaleza a través de la ventana, de sentarse a la mesa sabiendo que queda todo el día por delante para disfrutar, sigue siendo, como entonces, mi máxima y más íntima aspiración en la vida.

jueves, 19 de mayo de 2011

Pantanos de fuego y ratas gigantes

Pensó en lo que podría haber sido y no era, en todos los caminos que había abandonado, en las vidas posibles que había desechado y que se perdían en mundos paralelos, bailando y adoptando formas caprichosas en su imaginación. Y miró la senda abrupta que se perdía en el vacío ante él, intentando determinar si había merecido la pena jugar a dar vueltas volviendo siempre al mismo punto, pero con menos tiempo y más experiencia (y qué experiencia...); se preguntó si esta vez hacía bien ignorando las puertas, las luces huidizas y sus susurros tentadores, sabiendo que la mayoría eran un mero atrezzo, y debía caminar recto, decididamente, pese a las piedras resbaladizas y traicioneras, sin abandonar aquella ruta presente hasta el final o, al menos, hasta comprobar todo lo que podía ofrecerle.

Resonaron en su cabeza aquellas palabras: «...lucharé contra arenas movedizas, contra pantanos de fuego y ratas gigantes...», y admitió que la había traicionado, que no había luchado nunca contra ningún monstruo, ni por ella ni por él mismo; y que quizá la única forma de luchar de verdad era avanzar y pelearse con esas piedras que se burlaban de los dos a cada paso.



sábado, 14 de mayo de 2011

Tarta de chocolate y queso

Hace tiempo tenía una revistilla de tartas de queso y salía una de chocolate muy buena y muy fácil sin horno... y sin gelatina. He estado buscando esa receta por todas partes... pero no hay manera. Al final, he cogido varias recetas de Internet, las he combinado a mi manera, y he preparado una tarta de queso y chocolate con gelatina.


Esta es mi receta.

Ingredientes:

Para la base:

- Alrededor de 200 gramos de galletas Digestive o Galletas María con chocolate.
- 150 gr de mantequilla (yo he puesto 75 y ha resultado poca), derretida unos segundos en el microondas.
- Un chorrito de licor opcional (yo he puesto de mazapán), o leche.

Para la masa:

- 300 gr de chocolate Fondant.
- Dos tarrinas de queso Philadelphia (yo he puesto light). Son unos 400 gr.
- Aproximadamente 200 gr de leche condensada.
- 6 láminas de gelatina neutra.
Yo he añadido otro chorrito de licor de mazapán.

Preparación:

- Poner en remojo con agua fría o leche las láminas de gelatina, durante unos 5 minutos.
- Mientras tanto, triturar las galletas junto a la mantequilla deshecha. Se puede hacer con un robot de cocina o manualmente.
- Untar el fondo de un molde de tarta con mantequilla o aceite, espolvorear harina, girar y dar unos golpecitos para tirar la sobrante. Después, extender la pasta de galleta y apretar; también un poco por los bordes. Reservar en la nevera.
- En un bol, mezclar bien la leche condensada, el queso y el licor si se desea.
- En un cazo, echar las hojas de gelatina ya reblandecidas con el agua/leche y calentarla, sin llegar a hervir y removiendo, hasta que la gelatina se disuelva. Añadir al bol y remover.
- Trocear el chocolate y derretirlo al baño maría (en un cazo que meteremos en otro más ancho que contenga agua hirviendo). Después, verter en el bol con el resto de la masa y mezclar bien.
- Echar la masa en el molde con la pasta de galleta y reservar hasta que se enfríe. Yo mientras tanto he fregado los cacharros...
- Cuando se haya enfriado, meter en la nevera unas horas hasta que cuaje. Se puede adornar con fideos de chocolate, azúcar glassé...

Me ha gustado porque no tiene ni harina ni huevos, no necesita horno... no sé, ¡es queso y chocolate en estado puro! A mí me ha encantado el sabor, Jaume lo ha encontrado un poquito fuerte, seguramente por el licor, al que no está muy acostumbrado. Como solo había utilizado 75 gr de mantequilla con la base ha salido algo suelta, pero bueno, en general bastante bien.

lunes, 9 de mayo de 2011

Tokyo - Curiosidades en Shinjuku

Cuando terminé mi ramen, decidí salir a dar una vuelta por el barrio, tranquilamente, sin subir a más plantas de edificios, porque me dolían mucho los pies. Así que paseé como si se tratara de un "lugar normal", a ras de suelo. Ya volvería varias veces para ver Shinjuku de noche, por ejemplo; aquello era solo una toma de contacto.
Las calles parecían formar parte de un gran zoco. Además de los letreros, luces, pancartas y a veces pantallas de televisión en las fachadas, muchas tiendas tenían dependientes fuera "cantando" las ofertas del interior (algunos disfrazados, con altavoces), y en ocasiones los productos se sacaban en cajas  al exterior, inundando la acera.






A toda esta algarabía se le sumaba el sonido de las máquinas de numerosas salas de juegos...


Sobre todo, había muchísimos "pachinkos". Los "pachinkos" son un híbrido de máquina tragaperras y "pinball" (las clásicas "máquinas del millón"). En Japón están prohibidos los casinos donde se apuesta con dinero, pero el "pachinko" es completamente legal. Para jugar, se debe comprar una cantidad variable de bolitas de acero e irlas insertando en la máquina. De vez en cuando, se gana un premio: más bolitas. Estas bolitas se pueden luego intercambiar por objetos y, a veces, de forma un poco complicada, por algo de dinero.
Aquí tenéis algunas máquinas de "pachinko". ¿Os suenan los personajes?




Después de dar unas cuantas vueltas, encontré un supermercado y entré con curiosidad. Quería ver cuánto costaba la fruta (me habían dicho que en Japón era carísima), y qué ambiente había. De nuevo, la experiencia no me decepcionó. Había muchísima variedad de productos, sobre todo de sushi y sashimi cortadito y preparado, pescado, alimentos secos, verdura, fruta... Y sí, la fruta era cara, ¡pero también enorme! Y estaba envuelta como para regalar, con celofán, paquetitos individuales... En algunos manga/anime he visto que, para quedar bien en una cena donde te invitan, lo más adecuado en Japón es llevar algo como un melón o una sandía (en lugar de, por ejemplo, la típica botella de vino que compraríamos aquí).








No recuerdo muy bien por qué, pero sé que me envalentoné y, aprovechando que aún era muy pronto y que estaba saturada de Shinjuku, me dio por escaparme unos minutos al barrio de Akihabara. Pero ya hablaré de ese barrio en otras entradas, porque volví en varias ocasiones.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Tokyo - Primeras impresiones de Shinjuku

En mi guía de Tokyo había leído que Shinjuku es una zona de ocio y comercios, así que pensé en comprar allí algunas cosillas que tenía encargadas: un bolso típico japonés para mi madre y unos mimikakis para R. Hago un inciso para explicar que los mimikakis son curiosos bastoncitos para los oídos, que los japoneses usan en un ritual cariñoso e íntimo con sus hijos o sus parejas... Sí, el ritual consiste en quitar la cera de los oídos de los seres queridos, en plan monos despiojándose... yo lo veo extraño, pero también veo raro que haya mujeres cuyo máximo placer consista en quitar granos y espinillas ajenas...


Para ir a Shinjuku necesitaba coger las líneas verde claro o roja, eso significaba que debía empezar por la línea verde oscuro y hacer transbordo en la parada Shin-ochanomizu, o bien ir por la línea azul y hacer transbordo en la parada Jimbôchô. En el primer caso, utilizaba líneas de las dos compañías (Ioei Line y Tokyo Metro Line), así que tendría que pagar el doble; en el segundo caso, las dos líneas correspondían a la Ioei Line. Por tanto, escogí esta opción.
No tuve ningún problema en subirme al tren, ni luego al hacer transbordo. Está todo maravillosamente indicado, en inglés y en romaji, así que era cuestión de ir mirando las señales. Y me seguí fijando en detalles que me llamaban la atención, como que la gente se pone mascarillas con un simple resfriado (lo que me parece muy higiénico). Quise hacer fotos de alguna, pero me daba un poco de apuro, así que saqué solo esta de extranjis.


Al salir del tren, ya en la estación de Shinjuku, me encontré con una ciudad subterránea, con tiendas, calles señalizadas, restaurantes... Empecé a caminar, sin tener ni idea de qué salida tomar, ¡parecía haber cientos! Me encantaron las tiendecitas de comidas, kimonos, ropa..., pero no encontré ninguna que tuviera bolsos tradicionales o con motivos orientales, todo tenía aire parisino o estadounidense, que parece que es lo que está de moda allí. En la tienda de kimonos había bolsitos a juego, pero eran muy pequeños, parecían monederos grandes, y venden imitaciones en las tiendas de los chinos de Barcelona (o se les parecen). No quería regalarle a mi madre algo que pareciera sacado de una tienda de todo a 100...


 



Al final, tomé una salida al azar, y aparecí en medio de una vorágine de vehículos y rascacielos. Tenía que mantener la cabeza levantada para verlo todo, a ras de suelo no había más que coches y personas aceleradas que iban de un lado a otro o entraban en el metro/tren. Sentí un poco de vértigo, allí no había ninguna vivienda, solo grandes edificios comerciales de varias plantas por todas partes; de hecho aquella parte de Tokyo no parecía estar diseñada para la gente, sino para las moles que se erguían hacia las nubes, con pancartas y pantallas bombardeando imágenes y música, incitando de todas las formas posibles al consumo, con toda clase de estímulos. 

Decenas de pasos a nivel cruzaban por todas partes, sobrevolando las calles, pero no estaban destinados a los coches, sino a las personas. No les saqué muchas fotos, porque eran tantos y tan grandes que no podía captarlos en toda su dimensión... De hecho, estas imágenes, tomadas desde uno de los puentes, no transmiten para nada la sensación de empequeñecimiento, aislamiento y confusión que me invadía en aquellos momentos.



Al final me introduje por una de las pocas calles que vi a ras de suelo, que conducía a una especie de barrio comercial con montones de tiendas y de entradas a centros comerciales. La verdad es que, pese a todo, me encantó ese lugar. En una esquina me sorprendió encontrar un pintoresco restaurante español con sus paellas de cera en la entrada y jamones y chorizos de plástico colgando del techo. Sin embargo, cuando entré y dije "¡Hola!" en español, me miraron con cara de póquer; todo eran japoneses y no conocían ni una palabra española. Defraudada, decidí no tomar ni una tapita allí, aunque hice varias fotos. Las tiendas que vi después eran monísimas, plagadas de objetos curiosos, como un teclado de madera o incensarios y móviles-colgantes de gatitos orientales. Compré varios, pensando en las chicas del Jardinet dels Gats (una protectora de gatos en Barcelona), ya que supuse que les haría ilusión. En una pequeña papelería, vendían libretas y cuadernos, y habían expuesto algunos en atriles con un ejemplo de lo que se podía hacer con ellos. Escritos a mano con varios bolígrafos y rotuladores, estaban ilustrados con fotografías y dibujitos (también a mano). La verdad es que, en todas partes donde fui, me fijé en que cuidaban mucho los detalles, los escaparates y la presentación de los productos.





Al cabo de un rato, encontré lo que parecía un pequeño supermercado, y entré para ver si tenían mimikakis. No solo tenían de varios tipos (bambú, metal, de usar y tirar, con "pompón" de plumas...), sino que además había una gran variedad de "kits" de higiene: para los ojos, los dientes, los pies, el pelo, las pestañas..., con un montón de aparatitos, limas..., parecían profesionales. Creo que los japoneses están mucho más avanzados que nosotros en cuestión de higiene, en las farmacias españolas solo tenemos cepillos normales, tijeritas, limas de las uñas, piedra pómez, bastoncitos desechables para los oídos y poco más. No pude hacer fotos del interior del supermercado porque la dependienta me lo impidió amable pero firmemente...
En general, pese a las tentaciones, no compré mucha cosa, porque pensaba volver más adelante. Craso error... En las sucesivas visitas a Shinjuku, no fui capaz de volver a dar con esa salida, ni de volver a encontrar ese barrio.
Visité algún centro comercial (donde no llegaba más que a la segunda o tercera planta, porque cada una era enorme... ¡y había unas diez o más por edificio!), y me llamó mucho la atención este gran cartel, que colgaba de una fachada; pero estaba demasiado lejos y tenía los pies destrozados, así que pensé que ya iría en otra ocasión.


Como me estaba entrando bastante hambre, empecé a buscar un restaurante. Vi muchos, todos con sus comidas de cera en la entrada. Eran verdaderas obras de arte...





Me costó escoger restaurante, porque pese a las delicias que veía, dentro la carta estaba en kanjis sin fotografías, y los camareros de los dos o tres sitios donde entré eran inexpresivos y no me acompañaban fuera a que les señalara el plato que quería... Así que, ante la sensación de rechazo, me disculpaba y me iba. De alguno incluso salió un hombre con cara de odio cruzando los brazos delante de mi cara (significa "prohibido" o "no"). Y solo había hecho ademán de entrar... Por lo visto, en todas partes cuecen habas,  y pese a la gran educación de los japoneses en general, para algunos los buenos modos se acaban donde empieza el miedo a lo extranjero y a lo desconocido.
Al final encontré un restaurante con unas cortinillas en la entrada donde pude distinguir un letrerito en hiragana: NME-RA... que silábicamente al revés es: RA-MEN (está a la derecha de la foto).


Así que, aliviada por entender algo al fin, entré, me senté a una mesa y dije: "ramen, onegaishimasu". El camarero empezó a decirme tipos de ramen, repetí uno al azar sin entender nada, y esperé que no incluyera ojos de lagarto o algo así. Pedí una cerveza (biiru, onegaishimasu), y me trajeron una gran jarra, junto a otra aún más grande de agua repleta de hielo y un vaso. Se ve que había pedido una especie de menú, porque me trajeron empanadillas de carne y, después, por fin, un generoso cuenco de sopa de udon (fideos gruesos), con verduritas y algo de carne.


martes, 3 de mayo de 2011

Tokyo - Hacia el Palacio del Emperador

Cuando me fui a la cama pasado mi primer día en Tokyo, eran solo las 20, pero estaba tan cansada que me hubiera dormido inmediatamente... de no ser por los picores horribles en brazos y piernas que empezaron a atormentarme. Me miré y vi que tenía varias picadas enormes de mosquito (o de elefante, debido al tamaño)... Iba prevenida con una pomada, pero era española, y se ve que solo servía para mosquitos españoles, porque no me alivió absolutamente nada. Intenté no rascarme y al cabo de un rato, por fin, conseguí dormirme.
Al día siguiente, tenía las picadas aún más grandes, y me molestaban bastante, pero decidí ignorarlas; no iba a permitir que algo como aquello me aguara la estancia en Tokyo. Era muy pronto, prácticamente de madrugada, por lo que decidí bajar a los ordenadores que había visto en Recepción y charlar un poco con mis padres o, al menos, comentar algo en el Facebook. Así que bajé, me enteré de cómo funcionaba Internet, metí 200 yenes y estuve una hora dando envidia a la gente de España (aunque me tuve que cambiar de sitio, porque descubrí que algunos teclados tenían caracteres japoneses y no me aclaraba).
Después, seguí con el plan que me había marcado. Ese día tocaba visitar los jardines del Palacio del Emperador, en Chiyoda. Observé el plano del metro que tenía en mi guía.


Debía ir a la estación de Nijubashimae o a la de Hibiya. Había leído en la guía que en Tokyo el metro pertenece a dos compañías distintas, con diferentes tarifas. Por tanto, tenía que escoger la ruta que me obligara a hacer menos transbordos o, en caso que fuera imprescindible, que al menos fueran transbordos en líneas de la misma compañía... solución harto difícil, según fui viendo.
Para ir a la estación de Nijubashimae solo podía coger la línea verde; para la de Hibiya, la verde, la azul y la gris. Así que si cogía el metro en la parada de Onarimon, podía ir directamente, sin cambiar de línea.
Me dirigí a esa parada, entré y busqué algo parecido a máquinas de billetes. Cuando las localicé, no me enteraba de nada... Pensaba que encontraría algo en alfabeto occidental (romaji), pero para acceder a ese alfabeto primero tenía que descifrar las instrucciones con kanjis... 
Aquí tenéis una foto de las máquinas que he encontrado por Internet; a mí me salieron todas borrosas...


Desesperada, acudí a un guardia que había en una especie de plataforma, y traté de hacerle entender dónde iba. Él me ayudó a sacar el billete y me enseñó que encima de las máquinas había una lista de destinos con su precio (aunque estuviera escrita en hiragana, que entiendo un poco, me liaba con tanta palabra, y además no parecían estar en orden alfabético...). Al final conseguí entrar, aunque me dio algo de pena que la máquina se tragara el billete.
Una vez dentro, seguí los carteles (afortunadamente, en romaji y muy claros) hasta el tren que tenía que tomar.  Las escaleras, tanto automáticas como normales, eran amplísimas...

 
Me hicieron mucha gracia los cartelitos que había por todas partes, y que se entendían perfectamente gracias a los dibujitos:


También vi varios soportes con revistas de recetas de cocina, publicidad o propaganda electoral (poco después de regresar a Barcelona, en Tokyo se celebraron las famosas elecciones del 30 de agosto de 2009, en las que ganó el Partido Democrático de Japón, desbancando al Partido liberal Democrático, que llevaba 50 años en el poder).


Me di cuenta de que, en cada andén, se veía la estación en la que te encontrabas, la anterior y la siguiente. Muy práctico. Una vez dentro del vagón, me encontré con mil banderitas colgadas con anuncios y varias pantallas donde se veían las paradas, se daban consejos, se explicaba qué trenes iban con retraso y por qué... La mayoría de la gente dormitaba o miraba su móvil.

En pocos minutos llegué a la estación de Hibiya. Al salir, eché una ojeada a mi alrededor. Como pude, le pregunté a alguien dónde estaba el Palacio del Emperador, y me señaló en una dirección.
Me habían comentado que el Palacio únicamente abre sus puertas dos días al año: el del cumpleaños del Emperador (el 23 de diciembre), y en el Año Nuevo japonés. Sin embargo, me habían recomendado visitar sus hermosos jardines...
Lo primero que me sorprendió fue la amplitud del paseo que conduce al Palacio.


Una majestuosa estatua verde se silueteaba en contraste con el cielo gris de aquella mañana...


Me acerqué y vi un precioso puente con un estanque y cisnes. A lo lejos se veían algunos templos, sauces y otros árboles muy peculiares, de los que aparecen en las pinturas orientales y que uno relaciona inmediatamente con todo aquello.





Cuando me disponía a continuar mi paseo, un guardia me detuvo y me hizo entender muy amablemente que necesitaba un pase. Yo quise explicarle que no quería acceder al Palacio, sino solo a los jardines... pero nada, no pude dar ni un paso más, por mucho que intenté ocultar las picaduras de los brazos (eran tan aparatosas que igual se había imaginado que era una yonki)...


Di varias vueltas buscando algo más que pudiera haberme perdido, pero parecía que lo que había visto era todo lo que podía ver. Algo desilusionada, miré el reloj. Solo eran las 11... Así que cambié un poco mis planes y, envalentonada por el éxito de mi primer viaje en metro, decidí irme a Shinjuku.