jueves, 14 de octubre de 2010

Los ojos de un gato

Cuanto más conozco a mis gatos, más me sorprenden y más me reafirmo en mi punto de vista acerca de la evolución, del progreso y de las grandes ideologías.


Sí, parece absurda la relación, pero existe. Me gustó mucho el libro “De focas daltónicas y alces borrachos”, porque es más que un texto entretenido y divertido, para mí es todo un tratado de filosofía.
Esa obra nos demuestra que la vida no es ese ente serio, ordenado, calculado y abstracto que quieren hacernos creer los ensayos científicos y filosóficos de Darwin, Kant, Descartes, Proust, Hegel, Marx... así metiéndolos todos en un mismo saco disparatada pero deliberadamente.
La vida es un juego, una improvisación, una tirada de dados que deja abierta la puerta del azar.

Se da en los pequeños detalles, en los seres individuales que luchan por reproducirse y sobrevivir, pero también inclinan la cabeza con curiosidad, entornan los ojos y demuestran su afecto, y en su mirada late una búsqueda de comprensión que va más allá de la simple pervivencia de la especie, que sorprende por lo especial, única e individual, y que diferencia a un gato de todos los demás gatos, a un zorro de todos los demás zorros, a una rosa de todas las demás rosas.


Un león mata a todos los cachorros de una manada cuando se alza como líder, para asegurarse de que sólo su descendencia saldrá adelante. Los chimpancés son crueles y agresivos. El instinto obliga a algunos gatos asilvestrados a comerse a una persona que acaba de morir, si es preciso, con tal de sobrevivir. Y eso no aleja a los chimpancés, los gatos y los leones de los seres humanos. Somos “iguales". En condiciones extremas, nosotros haríamos lo mismo. Miembros de nuestra especie también matan “fríamente” a cachorros de su misma especie por los mismos motivos que un león.

Sin embargo, realmente, ¿somos todos iguales? No. Yo sería incapaz de matar por ese motivo, yo sólo podría matar para defenderme o en un ataque rápido de locura, y nunca podría ensañarme, nunca. Hay miembros de mi especie que torturan, que disfrutan o ignoran el sufrimiento ajeno, muchas veces justificándose con una pretendida “profesionalidad”, “deber”, venganza o cotidianidad, pero yo reaccionaría de otra forma, a menos que dejase de ser yo; porque soy un ente individual aparte.  Aunque todos seamos seres humanos, hay un “ellos” y un “yo”, en un “nosotros” aparte. Y lo mismo pasa en el caso de los leones, los chimpancés y los gatos. No todos reaccionarán igual en una situación idéntica, y mucho menos si están rodeados de amor, acostumbrados a otro tipo de vida. Igual que no actúa de la misma forma un niño soldado que se encuentra inmerso en la barbarie que el mismo niño topándose con determinadas personas, o que otro con las necesidades  afectivas y de supervivencia cubiertas.

La vida de un Panthera leo, mamífero carnívoro de la familia de los félidos, es siempre igual. Hasta que a un león en concreto le pasa algo (entra en contacto con seres humanos especiales, o conoce a otro león especial, a un bebé monito...), que hace que su vida se agarre a un detalle, lo use de palanca y mueva el mundo, lo haga cambiar de rumbo, de color y de plano, y el Panthera leo se transforma y se convierte en un león con ojos de gato ronroneando.


La vida es muy rica y complicada, no se puede encerrar entre los límites deterministas de una especie, raza, época, cultura o situación. Aunque todos estos factores condicionen las actitudes y reacciones, todos nosotros, igual que los animales, somos seres individuales hechos de contradicciones, de pequeños detalles. De hecho la vida es sólo eso, y sólo eso la hace inmensa e impredecible.

Crecer significa sobrevivir intentando ser cada vez más coherentes con nosotros mismos, pero con cariño y comprendiendo nuestras limitaciones, para sentirnos mejor con cada elemento de nuestro entorno, con nuestros semejantes y con los que sin serlo, también lo son.


Para reafirmar y superar nuestra individualidad, aunque suene tópico, debemos recurrir al amor. Evolucionar como seres individuales implica no darle la espalda a ese sentimiento, sumergirse en él, aceptándose a uno mismo y a los demás, entrando en sus casas en lugar de quedarse en la fachada. No es un pensamiento hippy, producto de una cabeza que ha comido demasiadas flores. Es producto de alguien que intenta comprender sus limitaciones y capacidades y que observa a las personas, animales y cosas de su alrededor pretendiendo ir más allá de las apariencias.

La lógica y la razón nos ayudan a mirar en una dirección, a resolver rompecabezas y problemas, a disfrutar de las conexiones de nuestro maravilloso cerebro, a entender el por qué de algunos aspectos de los sentimientos y a intentar guiarlos y tranquilizarlos un poco. Pero la base siempre está formada por esos sentimientos, y lo que queda cuando tenemos 90 años, cuando estamos finalizando nuestra existencia, son ellos, primarios, latentes, la vida en estado puro. Ellos, incontrolables en su totalidad, caóticos, infinitos, son los únicos que trascienden, que superan las diferencias aparentes y los intentos de homogeneización y clasificación, y son capaces de entrar a través de los ojos de un gato convirtiendo el cristal frío de un iris y una pupila en un corazón y en un destello mágico y cálido de comprensión.

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho esta reflexión contra el determinismo a través de la mirada de un gato.

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  2. el amor nos hace individuos, el amor me hace dudar de mi mente racional, que me dice que la vida se acaba aquí. El amor no tiene explicación evolutiva, existe por sí mismo...precioso texto, Krups!

    arya

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