Cuando me fui a la cama pasado mi primer día en Tokyo, eran solo las 20, pero estaba tan cansada que me hubiera dormido inmediatamente... de no ser por los picores horribles en brazos y piernas que empezaron a atormentarme. Me miré y vi que tenía varias picadas enormes de mosquito (o de elefante, debido al tamaño)... Iba prevenida con una pomada, pero era española, y se ve que solo servía para mosquitos españoles, porque no me alivió absolutamente nada. Intenté no rascarme y al cabo de un rato, por fin, conseguí dormirme.
Al día siguiente, tenía las picadas aún más grandes, y me molestaban bastante, pero decidí ignorarlas; no iba a permitir que algo como aquello me aguara la estancia en Tokyo. Era muy pronto, prácticamente de madrugada, por lo que decidí bajar a los ordenadores que había visto en Recepción y charlar un poco con mis padres o, al menos, comentar algo en el Facebook. Así que bajé, me enteré de cómo funcionaba Internet, metí 200 yenes y estuve una hora dando envidia a la gente de España (aunque me tuve que cambiar de sitio, porque descubrí que algunos teclados tenían caracteres japoneses y no me aclaraba).
Después, seguí con el plan que me había marcado. Ese día tocaba visitar los jardines del Palacio del Emperador, en Chiyoda. Observé el plano del metro que tenía en mi guía.
Debía ir a la estación de Nijubashimae o a la de Hibiya. Había leído en la guía que en Tokyo el metro pertenece a dos compañías distintas, con diferentes tarifas. Por tanto, tenía que escoger la ruta que me obligara a hacer menos transbordos o, en caso que fuera imprescindible, que al menos fueran transbordos en líneas de la misma compañía... solución harto difícil, según fui viendo.
Para ir a la estación de Nijubashimae solo podía coger la línea verde; para la de Hibiya, la verde, la azul y la gris. Así que si cogía el metro en la parada de Onarimon, podía ir directamente, sin cambiar de línea.
Me dirigí a esa parada, entré y busqué algo parecido a máquinas de billetes. Cuando las localicé, no me enteraba de nada... Pensaba que encontraría algo en alfabeto occidental (romaji), pero para acceder a ese alfabeto primero tenía que descifrar las instrucciones con kanjis...
Aquí tenéis una foto de las máquinas que he encontrado por Internet; a mí me salieron todas borrosas...
Desesperada, acudí a un guardia que había en una especie de plataforma, y traté de hacerle entender dónde iba. Él me ayudó a sacar el billete y me enseñó que encima de las máquinas había una lista de destinos con su precio (aunque estuviera escrita en hiragana, que entiendo un poco, me liaba con tanta palabra, y además no parecían estar en orden alfabético...). Al final conseguí entrar, aunque me dio algo de pena que la máquina se tragara el billete.
Una vez dentro, seguí los carteles (afortunadamente, en romaji y muy claros) hasta el tren que tenía que tomar. Las escaleras, tanto automáticas como normales, eran amplísimas...
Me hicieron mucha gracia los cartelitos que había por todas partes, y que se entendían perfectamente gracias a los dibujitos:
También vi varios soportes con revistas de recetas de cocina, publicidad o propaganda electoral (poco después de regresar a Barcelona, en Tokyo se celebraron las famosas elecciones del 30 de agosto de 2009, en las que ganó el Partido Democrático de Japón, desbancando al Partido liberal Democrático, que llevaba 50 años en el poder).
Me di cuenta de que, en cada andén, se veía la estación en la que te encontrabas, la anterior y la siguiente. Muy práctico. Una vez dentro del vagón, me encontré con mil banderitas colgadas con anuncios y varias pantallas donde se veían las paradas, se daban consejos, se explicaba qué trenes iban con retraso y por qué... La mayoría de la gente dormitaba o miraba su móvil.
En pocos minutos llegué a la estación de Hibiya. Al salir, eché una ojeada a mi alrededor. Como pude, le pregunté a alguien dónde estaba el Palacio del Emperador, y me señaló en una dirección.
Me habían comentado que el Palacio únicamente abre sus puertas dos días al año: el del cumpleaños del Emperador (el 23 de diciembre), y en el Año Nuevo japonés. Sin embargo, me habían recomendado visitar sus hermosos jardines...
Lo primero que me sorprendió fue la amplitud del paseo que conduce al Palacio.
Una majestuosa estatua verde se silueteaba en contraste con el cielo gris de aquella mañana...
Me acerqué y vi un precioso puente con un estanque y cisnes. A lo lejos se veían algunos templos, sauces y otros árboles muy peculiares, de los que aparecen en las pinturas orientales y que uno relaciona inmediatamente con todo aquello.
Cuando me disponía a continuar mi paseo, un guardia me detuvo y me hizo entender muy amablemente que necesitaba un pase. Yo quise explicarle que no quería acceder al Palacio, sino solo a los jardines... pero nada, no pude dar ni un paso más, por mucho que intenté ocultar las picaduras de los brazos (eran tan aparatosas que igual se había imaginado que era una yonki)...
Di varias vueltas buscando algo más que pudiera haberme perdido, pero parecía que lo que había visto era todo lo que podía ver. Algo desilusionada, miré el reloj. Solo eran las 11... Así que cambié un poco mis planes y, envalentonada por el éxito de mi primer viaje en metro, decidí irme a Shinjuku.
Di varias vueltas buscando algo más que pudiera haberme perdido, pero parecía que lo que había visto era todo lo que podía ver. Algo desilusionada, miré el reloj. Solo eran las 11... Así que cambié un poco mis planes y, envalentonada por el éxito de mi primer viaje en metro, decidí irme a Shinjuku.
Parece que estemos allí nosotros. Es un viaje por Tokio gratuito (no creo que la SGAE quiera cobrar por leer esto :))
ResponderEliminarAunque me habías contado la historia, me ha encantado leerla. Está muy bien para guardar un buen recuerdo. Estaría bien que otra vez pudieras ver el palacio por dentro. Imagino que debe tratarse de una joya como otras cosas de Japón que ya has visto y explicado aquí. Estupendo. Mami
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