miércoles, 4 de mayo de 2011

Tokyo - Primeras impresiones de Shinjuku

En mi guía de Tokyo había leído que Shinjuku es una zona de ocio y comercios, así que pensé en comprar allí algunas cosillas que tenía encargadas: un bolso típico japonés para mi madre y unos mimikakis para R. Hago un inciso para explicar que los mimikakis son curiosos bastoncitos para los oídos, que los japoneses usan en un ritual cariñoso e íntimo con sus hijos o sus parejas... Sí, el ritual consiste en quitar la cera de los oídos de los seres queridos, en plan monos despiojándose... yo lo veo extraño, pero también veo raro que haya mujeres cuyo máximo placer consista en quitar granos y espinillas ajenas...


Para ir a Shinjuku necesitaba coger las líneas verde claro o roja, eso significaba que debía empezar por la línea verde oscuro y hacer transbordo en la parada Shin-ochanomizu, o bien ir por la línea azul y hacer transbordo en la parada Jimbôchô. En el primer caso, utilizaba líneas de las dos compañías (Ioei Line y Tokyo Metro Line), así que tendría que pagar el doble; en el segundo caso, las dos líneas correspondían a la Ioei Line. Por tanto, escogí esta opción.
No tuve ningún problema en subirme al tren, ni luego al hacer transbordo. Está todo maravillosamente indicado, en inglés y en romaji, así que era cuestión de ir mirando las señales. Y me seguí fijando en detalles que me llamaban la atención, como que la gente se pone mascarillas con un simple resfriado (lo que me parece muy higiénico). Quise hacer fotos de alguna, pero me daba un poco de apuro, así que saqué solo esta de extranjis.


Al salir del tren, ya en la estación de Shinjuku, me encontré con una ciudad subterránea, con tiendas, calles señalizadas, restaurantes... Empecé a caminar, sin tener ni idea de qué salida tomar, ¡parecía haber cientos! Me encantaron las tiendecitas de comidas, kimonos, ropa..., pero no encontré ninguna que tuviera bolsos tradicionales o con motivos orientales, todo tenía aire parisino o estadounidense, que parece que es lo que está de moda allí. En la tienda de kimonos había bolsitos a juego, pero eran muy pequeños, parecían monederos grandes, y venden imitaciones en las tiendas de los chinos de Barcelona (o se les parecen). No quería regalarle a mi madre algo que pareciera sacado de una tienda de todo a 100...


 



Al final, tomé una salida al azar, y aparecí en medio de una vorágine de vehículos y rascacielos. Tenía que mantener la cabeza levantada para verlo todo, a ras de suelo no había más que coches y personas aceleradas que iban de un lado a otro o entraban en el metro/tren. Sentí un poco de vértigo, allí no había ninguna vivienda, solo grandes edificios comerciales de varias plantas por todas partes; de hecho aquella parte de Tokyo no parecía estar diseñada para la gente, sino para las moles que se erguían hacia las nubes, con pancartas y pantallas bombardeando imágenes y música, incitando de todas las formas posibles al consumo, con toda clase de estímulos. 

Decenas de pasos a nivel cruzaban por todas partes, sobrevolando las calles, pero no estaban destinados a los coches, sino a las personas. No les saqué muchas fotos, porque eran tantos y tan grandes que no podía captarlos en toda su dimensión... De hecho, estas imágenes, tomadas desde uno de los puentes, no transmiten para nada la sensación de empequeñecimiento, aislamiento y confusión que me invadía en aquellos momentos.



Al final me introduje por una de las pocas calles que vi a ras de suelo, que conducía a una especie de barrio comercial con montones de tiendas y de entradas a centros comerciales. La verdad es que, pese a todo, me encantó ese lugar. En una esquina me sorprendió encontrar un pintoresco restaurante español con sus paellas de cera en la entrada y jamones y chorizos de plástico colgando del techo. Sin embargo, cuando entré y dije "¡Hola!" en español, me miraron con cara de póquer; todo eran japoneses y no conocían ni una palabra española. Defraudada, decidí no tomar ni una tapita allí, aunque hice varias fotos. Las tiendas que vi después eran monísimas, plagadas de objetos curiosos, como un teclado de madera o incensarios y móviles-colgantes de gatitos orientales. Compré varios, pensando en las chicas del Jardinet dels Gats (una protectora de gatos en Barcelona), ya que supuse que les haría ilusión. En una pequeña papelería, vendían libretas y cuadernos, y habían expuesto algunos en atriles con un ejemplo de lo que se podía hacer con ellos. Escritos a mano con varios bolígrafos y rotuladores, estaban ilustrados con fotografías y dibujitos (también a mano). La verdad es que, en todas partes donde fui, me fijé en que cuidaban mucho los detalles, los escaparates y la presentación de los productos.





Al cabo de un rato, encontré lo que parecía un pequeño supermercado, y entré para ver si tenían mimikakis. No solo tenían de varios tipos (bambú, metal, de usar y tirar, con "pompón" de plumas...), sino que además había una gran variedad de "kits" de higiene: para los ojos, los dientes, los pies, el pelo, las pestañas..., con un montón de aparatitos, limas..., parecían profesionales. Creo que los japoneses están mucho más avanzados que nosotros en cuestión de higiene, en las farmacias españolas solo tenemos cepillos normales, tijeritas, limas de las uñas, piedra pómez, bastoncitos desechables para los oídos y poco más. No pude hacer fotos del interior del supermercado porque la dependienta me lo impidió amable pero firmemente...
En general, pese a las tentaciones, no compré mucha cosa, porque pensaba volver más adelante. Craso error... En las sucesivas visitas a Shinjuku, no fui capaz de volver a dar con esa salida, ni de volver a encontrar ese barrio.
Visité algún centro comercial (donde no llegaba más que a la segunda o tercera planta, porque cada una era enorme... ¡y había unas diez o más por edificio!), y me llamó mucho la atención este gran cartel, que colgaba de una fachada; pero estaba demasiado lejos y tenía los pies destrozados, así que pensé que ya iría en otra ocasión.


Como me estaba entrando bastante hambre, empecé a buscar un restaurante. Vi muchos, todos con sus comidas de cera en la entrada. Eran verdaderas obras de arte...





Me costó escoger restaurante, porque pese a las delicias que veía, dentro la carta estaba en kanjis sin fotografías, y los camareros de los dos o tres sitios donde entré eran inexpresivos y no me acompañaban fuera a que les señalara el plato que quería... Así que, ante la sensación de rechazo, me disculpaba y me iba. De alguno incluso salió un hombre con cara de odio cruzando los brazos delante de mi cara (significa "prohibido" o "no"). Y solo había hecho ademán de entrar... Por lo visto, en todas partes cuecen habas,  y pese a la gran educación de los japoneses en general, para algunos los buenos modos se acaban donde empieza el miedo a lo extranjero y a lo desconocido.
Al final encontré un restaurante con unas cortinillas en la entrada donde pude distinguir un letrerito en hiragana: NME-RA... que silábicamente al revés es: RA-MEN (está a la derecha de la foto).


Así que, aliviada por entender algo al fin, entré, me senté a una mesa y dije: "ramen, onegaishimasu". El camarero empezó a decirme tipos de ramen, repetí uno al azar sin entender nada, y esperé que no incluyera ojos de lagarto o algo así. Pedí una cerveza (biiru, onegaishimasu), y me trajeron una gran jarra, junto a otra aún más grande de agua repleta de hielo y un vaso. Se ve que había pedido una especie de menú, porque me trajeron empanadillas de carne y, después, por fin, un generoso cuenco de sopa de udon (fideos gruesos), con verduritas y algo de carne.


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